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  • Foto del escritorYurena Rodríguez

¿Cuánto te pareces a quien te gustaría ser?


Todo el mundo tiene interiorizado un concepto de sí mismo. El valor que le demos a ese concepto es a lo que llamamos autoestima. En este sentido, el grado de autoestima nos informa de si nos consideramos una persona valiosa, del respeto que nos tenemos, de cuánto nos aceptamos y de si confiamos en nuestras capacidades. Esto es, cuánto valgo o cuánto me quiero.

La autoestima se relaciona con nuestra imagen ideal, esa imagen que tenemos de la persona a la que nos gustaría parecernos. Es el fruto de la comparación que hacemos de nuestras características con las características que consideramos deseables.

Nuestra autoestima puede cambiar a lo largo de nuestra vida, en función del entorno en el que estemos, el trabajo que desempeñemos, la pareja que tengamos o el tipo de amistades.

La comparación es una de las peores enemigas de la autoestima. Cuando nos comparamos nos aportamos un valor relativo, en función de si consideramos que somos más o menos valiosos que la persona con la que nos medimos. Pero, ¿quién quiere ser un valor relativo?, ¿no es más realista y saludable ser un valor absoluto?, ¿qué pasaría si nos dijéramos esto?: "me quiero, me acepto y me respeto por ser Yo, sin más, sin la necesidad de ser una persona perfecta, siendo consciente de mis áreas fuertes y mis áreas de mejora. Tú eres tú y yo soy yo. Y tengo algo que aportar al mundo, por pequeño que sea".

Lo mejor para la autoestima

A lo largo de nuestra vida se va creando nuestro autoconcepto y nuestra autoestima, en función del tipo de relación que mantenemos con nuestras figuras de apego y más adelante con el contacto con los iguales. Estas experiencias nos pueden aportar una sensación de control sobre lo que hacemos o una sensación de ineficacia o indefensión. Desde pequeños no tenemos desarrollada la habilidad de pensar de forma crítica, así que vamos adquiriendo como propio lo que nos dicen los adultos de referencia: “mira que eres un trasto”, “qué bueno eres”, “fíjate lo que hace tu hermanito para que llegues a ser como él”, “déjalo, tú no sabes”, “inténtalo, ya verás que puedes”, etc. A esto se añaden, además, las experiencias de eficacia, los logros conseguidos y el reconocimiento propio y de los demás.

Nuestra autoestima está formada por pensamientos, sentimientos y conductas. Se representa en la forma en la que nos hablamos a nosotros mismos, un diálogo que, en muchos casos, es circular o irracional.

Y ahora escúchate, analiza lo que te estás diciendo continuamente, fíjate en la forma en la que te hablas. ¿Es eso lo que le dirías a alguien a quien aprecias?

Así se comportan las personas con baja autoestima:

Evalúan y analizan cada comportamiento para compararlo con el modelo ideal de persona, con el fin de ser lo más perfecto posible o ganar aprecio por parte de otros.

Su comportamiento se lleva a cabo bajo un nivel alto de inseguridad manifestándose en pensamientos de ineficacia que aparecen de forma automática.

Tienden a disculparse con frecuencia por sus fallos pero también por los errores de otras personas de las que se sienten responsables.

Son sensibles a la crítica. Tienen tendencia a personalizar. Se sienten aludidos ante la crítica, aunque esta no sea directa. Encuentran intenciones ocultas en los comentarios ajenos.

Se sienten víctimas o culpables de no haber tomado las decisiones correctas.

Suelen ser críticos y exigentes consigo mismos y con los demás.

Tienden a desconfiar de los halagos y les restan importancia.

Sienten temor a equivocarse y magnifican los errores.

Necesitan la aprobación de los demás.

Tienden a estar a la defensiva.

Se focalizan en lo negativo.

Para mejorar nuestra autoestima sería importante que tuviéramos en cuenta lo siguiente:

Respetarnos y tener en cuenta nuestro derecho a satisfacer nuestras necesidades y deseos, respetando los derechos de los demás.

Perdonarnos cuando nos equivocamos y concedernos una segunda oportunidad.

Aceptar la crítica entendiéndola como una opinión, sin entrar en contraataques.

Aceptar también los cumplidos, sin desconfiar de que podamos merecerlos.

Potenciar el sentido del humor y encontrar el lado cómico a las situaciones.

Sabernos personas únicas y diferentes. Y evitar las comparaciones.

Cuidarnos y dedicar tiempo también a disfrutar y a relajarnos.

Atrevernos a tomar decisiones y a tener iniciativa.

Encontrar nuestras áreas fuertes y fortalecerlas.

Premiarnos por nuestros logros.

Yurena Rodríguez.

Psicóloga.

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